Lo malo de mirar por la ventana durante un buen rato es que puedes terminar viendo a gente que no quisieras ver. Gente conocida. Gente odiosa, por la que rezas para no cruzártela ni una vez. Ahí están, en tu calle. Paseando su gordo culo y su poca clase por tu zona, por tu acera, entrando en tus tiendas. Paseando su ropa, su mal gusto. Esas mismas sandalias terribles que llevaba aquella vez que te cruzaste con ella, hace unos años. Esas sandalias tan horribles, tan planas, que enfatizaban (y enfatizan) el enorme grosor y falta de forma de sus terribles piernas. Aquella vez te diste cuenta por primera vez de cuán grande era su trasero. Pero esta tarde, desde tu ventana, no te parece que tenga un tipo gracioso. Hoy te da asco su enorme culazo. No sabe vestir, o quizá se enorgullece de su obesidad (lo cual te duele aún más) y por eso viste de esa forma. Con esa falda larga de colores que la terminan de convertir en una maldita mesa camilla. ¿Y ese top? Niña, se te van a desbordar las tetas. No me... Dios, ¡tápate esos brazos!
El culo comienza exactamente en la cintura y sus pechos terminan en el ombligo. Parece un monigote de Mingote.
Al poco tiempo aparece un chico. Parece su novio. Y te preguntas cómo cojones puede estar follándose a eso.
Piensas, cómo pudo haber estado tu novio follándose a eso.
Piensas si te pareces a ella. Te preguntas si ella es mejor.